Análisis de "Lorenzo's Oil" y las dos entregas de "Babe" y "Happy Feet", junto con un pequeño avance de "Mad Max: Fury Road". Para acceder sólo hay que pinchar en cualquiera de estos dos enlaces:
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jueves, 13 de junio de 2013
jueves, 2 de mayo de 2013
La primera parte del estudio de George Miller, en PDF
Aquí está la primera parte de mi estudio sobre George Miller, publicado originalmente en el número 55 de la revista Scifiworld. En su momento llegué a pensar que este artículo generaría algún tipo de reacción (algún debate, alguna crítica), pues si no me equivoco se trata del primer estudio sobre este cineasta publicado en España. A ver si lo hace ahora... el próximo mes publicaré la segunda parte.
http://www.slideshare.net/Alv66/sfw-55-george-miller-1
http://es.scribd.com/doc/143240636/George-Miller-Por-Alvaro-Pita-Scifiworld-magazine-numero-55
domingo, 23 de diciembre de 2012
"Ernest & Célestine" y el FICX, en Scifiworld número 57, ya a la venta.
Ya a la venta el número 57 de Scifiworld, con un resumen escrito por un servidor de lo que dio de sí el Festival internacional de cine de Gijón. Este es un extracto del artículo, en el que me centro en "Ernest & Célestine", quizás la mejor película que se pudo ver a lo largo de todo el festival:
Injustamente olvidada entre las premiadas de la sección Animaficx, “Ernest & Célestine” constituye un estupendo film de animación por varios motivos. Lo que llama la atención de esta adaptación de los libros de Gabrielle Vincent, principalmente, es que resulta de verdad respetuosa con cierta tradición del cine mudo cómico y de la animación (y al mismo tiempo, con la de las ilustraciones de los libros de Vincent), sin ser nunca imitativa desde una postura posmoderna. Para muchos de sus gags, “Ernest & Célestine” se sirve del plano general, de los planos largos y los “two-shots” de un modo que hacía tiempo que no se veía; no sólo eso, sino que existe en el film una tendencia a la economía de recursos (de gestos, de movimientos, de poses) y a dotar de importancia a la mirada de los personajes y la relación de estos con el espacio que recuerda al modo en el que Chuck Jones, el titán de la animación, empleaba estos elementos. Por lo tanto, “Ernest & Célestine” se distancia del acercamiento ruidoso, agresivo y falaz a los clásicos (Avery, Jones…) de productos como “Hotel Transylvania”, que pretenden evocar los “cartoons” de la Warner mediante un lenguaje en el fondo antagónico. He ahí dónde reside uno de los valores del film que nos ocupa: en que retoma el legado de la mejor comedia y el mejor “cartoon” y emplea con naturalidad su lenguaje; el lenguaje del contenido del plano, de la relación del actor con el espacio y del cuidado en la preparación del gag.
Que esta historia entre la amistad entre un oso y una ratoncita (!) se erigiese en una de las propuestas más interesantes del año a nivel formal, debería dar que pensar ante el exceso de planos-contraplanos, cámara en mano y, sobre todo, travellings que siguen a los personajes (tipo “Elephant”, para entendernos) que abundaron en las propuestas de la sección oficial (de hecho, durante el festival reconfortaba cuando un film no contaba con uno de esos travellings de seguimiento). “Ernest & Célestine”, que tiene algo con el cine de Miyazaki por su capacidad de hacernos viajar de un modo honesto, sin coartadas coyunturales, a la infancia, a la inocencia, cuenta, de un modo poco afectado y aparentemente dulce, una historia de subversión: la mentada relación entre una ratita a la que le encanta pintar (en vez de recoger dientes, supuesta base de la civilización ratonil) y un oso algo tunante (amistad en principio imposible, pues los osos devoran a los ratones, según lo que se dice en el mundo subterráneo de estos últimos); esta amistad nos retrotrae al cine de Chaplin, especialmente por el personaje del oso Ernest, el modo de visualizar su hambre y los (des)encuentros de éste con la ley (los personajes se esconden durante un buen tramo de metraje en la cabaña de Ernest, como si se tratase de un “film noir” de los años 40); también ahí el film recoge parte del acervo del cine mudo sin resultar simplemente referencial o imitativo. La película tampoco tiene miedo a agradecidas pinceladas que, en armonía con los cortos de los animadores del “Termite Terrace”, van más allá de la supuesta lógica realista. Una delicia.
Injustamente olvidada entre las premiadas de la sección Animaficx, “Ernest & Célestine” constituye un estupendo film de animación por varios motivos. Lo que llama la atención de esta adaptación de los libros de Gabrielle Vincent, principalmente, es que resulta de verdad respetuosa con cierta tradición del cine mudo cómico y de la animación (y al mismo tiempo, con la de las ilustraciones de los libros de Vincent), sin ser nunca imitativa desde una postura posmoderna. Para muchos de sus gags, “Ernest & Célestine” se sirve del plano general, de los planos largos y los “two-shots” de un modo que hacía tiempo que no se veía; no sólo eso, sino que existe en el film una tendencia a la economía de recursos (de gestos, de movimientos, de poses) y a dotar de importancia a la mirada de los personajes y la relación de estos con el espacio que recuerda al modo en el que Chuck Jones, el titán de la animación, empleaba estos elementos. Por lo tanto, “Ernest & Célestine” se distancia del acercamiento ruidoso, agresivo y falaz a los clásicos (Avery, Jones…) de productos como “Hotel Transylvania”, que pretenden evocar los “cartoons” de la Warner mediante un lenguaje en el fondo antagónico. He ahí dónde reside uno de los valores del film que nos ocupa: en que retoma el legado de la mejor comedia y el mejor “cartoon” y emplea con naturalidad su lenguaje; el lenguaje del contenido del plano, de la relación del actor con el espacio y del cuidado en la preparación del gag.
Que esta historia entre la amistad entre un oso y una ratoncita (!) se erigiese en una de las propuestas más interesantes del año a nivel formal, debería dar que pensar ante el exceso de planos-contraplanos, cámara en mano y, sobre todo, travellings que siguen a los personajes (tipo “Elephant”, para entendernos) que abundaron en las propuestas de la sección oficial (de hecho, durante el festival reconfortaba cuando un film no contaba con uno de esos travellings de seguimiento). “Ernest & Célestine”, que tiene algo con el cine de Miyazaki por su capacidad de hacernos viajar de un modo honesto, sin coartadas coyunturales, a la infancia, a la inocencia, cuenta, de un modo poco afectado y aparentemente dulce, una historia de subversión: la mentada relación entre una ratita a la que le encanta pintar (en vez de recoger dientes, supuesta base de la civilización ratonil) y un oso algo tunante (amistad en principio imposible, pues los osos devoran a los ratones, según lo que se dice en el mundo subterráneo de estos últimos); esta amistad nos retrotrae al cine de Chaplin, especialmente por el personaje del oso Ernest, el modo de visualizar su hambre y los (des)encuentros de éste con la ley (los personajes se esconden durante un buen tramo de metraje en la cabaña de Ernest, como si se tratase de un “film noir” de los años 40); también ahí el film recoge parte del acervo del cine mudo sin resultar simplemente referencial o imitativo. La película tampoco tiene miedo a agradecidas pinceladas que, en armonía con los cortos de los animadores del “Termite Terrace”, van más allá de la supuesta lógica realista. Una delicia.
jueves, 22 de noviembre de 2012
Scifiworld número 56
Ya a la venta el nuevo número de la revista Scifiworld, con la segunda parte de mi estudio sobre George Miller (donde me centro en "Lorenzo's Oil" y las entregas de "Babe" y "Happy Feet"), y en el que también he colaborado con un resumen de lo que fue la Semana de cine fantástico y de terror de San Sebastián.
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domingo, 21 de octubre de 2012
"George Miller. Anatomía de un cineasta" en Scifiworld núm. 55.
Hoy se pone a la venta el número 55 de la revista Scifiworld, en el que podréis encontrar un detallado estudio del cine de George Miller escrito por mí. He aquí algunos extractos:
Mad Max:
"Se ha hablado mucho sobre Mad Max: su tono postapocalíptico, su tratamiento de la violencia… En determinados aspectos, el film bebe del “western”: Max es un solitario representante de la ley (o de lo que queda de ella) que debe enfrentarse al pillaje y la violencia de una banda. Se suceden varias imágenes que evocan ese género, como la del pueblo asolado por los moteros, aquella en la que estos asaltan un camión cisterna cual diligencia… Y llama la atención la relevancia de los escenarios naturales (el cielo cargado, las nubes, las carreteras sin fin…), que también podrían retrotraernos a tantos títulos del cine del Oeste..."
Mad Max 2:
"Todo inicia con un “montage” de imágenes en blanco y negro de pozos petrolíferos, protestas, guerra y destrucción (que anticipan las explicaciones que abren la interesante serie en torno a la crisis constitucional australiana de 1975, The Dismissal, parcialmente producida, escrita y dirigida por Miller) que enlaza con planos del primer Mad Max. A partir de ahí, esta segunda entrega discurre como un western o, si se quiere, como una película de aventuras (las ballestas y arcos, el asedio al “castillo”, las armaduras de los antagonistas…): el héroe, un tipo solitario que no habla de su pasado (la verdad es que en general no habla mucho), llega a un “poblado” asediado que necesita su ayuda. La mirada vuelve a revelarse como un tema medular..."
Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno:
"Mad Max, más allá de la cúpula del trueno cuenta con una espectacular partitura de Maurice Jarre: es inevitable que ante una aventura que en gran medida discurre en el desierto y musicada por Jarre nos acordemos de Lawrence de Arabia; en todo caso, llama la atención la complejidad de una banda sonora dinámica, variada y con algunos que otro apunte atrevido. Jarre se sirve de una gran orquesta, coros, ondas de Martenot, un didgeridoo (instrumento de viento típico de los aborígenes australianos), músicos de rock, un saxofonista, yunques… Además de alguna melodía que parece beber de Ravel, sobresale el espectacular tema relacionado con la cúpula del trueno (que originalmente iba a abrir el film), mientras que a Max le acompaña un motivo sorprendentemente optimista y a los niños un fluido tema dominado por la cuerda. En cuanto a la presencia de Tina Turner, todavía hoy no sé si me convence. Eso sí, “We Don’t Need Another Hero” supone una excelente canción para cerrar esta trilogía..."
En los límites de la realidad:
"Si la opción elegida para analizar el notable segmento de Miller es el de compararlo con el de la serie original, muchos pueden aprovechar la ocasión para corroborar la perspectiva del cine de Hollywood de los 80 como un canto al exceso: ciertamente, el capítulo de Richard Donner hacía gala de las mejores características de The Twlight Zone, tales como la manera de (des)dibujar esa “zona” entre lo real y lo fantástico, que motivaba la duda en el espectador sobre lo que acontecía mediante dispositivos basados en la importancia de los personajes, la dirección de actores, la concreción narrativa y el manejo del punto de vista; mientras, en comparación, el fragmento de Miller se serviría de un “exceso” en la interpretación del protagonista, en los efectos especiales y en el decorado. Desde luego, no supone ningún “abuso” alejarse de la imagen del traje de “oso panda” (en palabras del propio Matheson) que portaba el monstruo del capítulo original, por otro lado un pormenor poco problemático para disfrutar de aquel..."
Las brujas de Eastwick:
"En principio, Las brujas de Eastwick era una pequeña comedia negra sobre la lucha de sexos, sin tantos efectos especiales. John Peters intentó, continuamente, influir en el proceso creativo: contrató a Ron Bass para una reescritura del guión, que Miller rechazó de pleno, y presionó para que se introdujesen más efectos (según Miller, sobre todo a raíz del triunfante estreno de Aliens, mientras rodaban). Los productores incluso quisieron sustituir a Miller, ante lo que Nicholson advirtió que si el director se iba, él también lo haría..."
Mad Max:
"Se ha hablado mucho sobre Mad Max: su tono postapocalíptico, su tratamiento de la violencia… En determinados aspectos, el film bebe del “western”: Max es un solitario representante de la ley (o de lo que queda de ella) que debe enfrentarse al pillaje y la violencia de una banda. Se suceden varias imágenes que evocan ese género, como la del pueblo asolado por los moteros, aquella en la que estos asaltan un camión cisterna cual diligencia… Y llama la atención la relevancia de los escenarios naturales (el cielo cargado, las nubes, las carreteras sin fin…), que también podrían retrotraernos a tantos títulos del cine del Oeste..."
Mad Max 2:
"Todo inicia con un “montage” de imágenes en blanco y negro de pozos petrolíferos, protestas, guerra y destrucción (que anticipan las explicaciones que abren la interesante serie en torno a la crisis constitucional australiana de 1975, The Dismissal, parcialmente producida, escrita y dirigida por Miller) que enlaza con planos del primer Mad Max. A partir de ahí, esta segunda entrega discurre como un western o, si se quiere, como una película de aventuras (las ballestas y arcos, el asedio al “castillo”, las armaduras de los antagonistas…): el héroe, un tipo solitario que no habla de su pasado (la verdad es que en general no habla mucho), llega a un “poblado” asediado que necesita su ayuda. La mirada vuelve a revelarse como un tema medular..."
Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno:
"Mad Max, más allá de la cúpula del trueno cuenta con una espectacular partitura de Maurice Jarre: es inevitable que ante una aventura que en gran medida discurre en el desierto y musicada por Jarre nos acordemos de Lawrence de Arabia; en todo caso, llama la atención la complejidad de una banda sonora dinámica, variada y con algunos que otro apunte atrevido. Jarre se sirve de una gran orquesta, coros, ondas de Martenot, un didgeridoo (instrumento de viento típico de los aborígenes australianos), músicos de rock, un saxofonista, yunques… Además de alguna melodía que parece beber de Ravel, sobresale el espectacular tema relacionado con la cúpula del trueno (que originalmente iba a abrir el film), mientras que a Max le acompaña un motivo sorprendentemente optimista y a los niños un fluido tema dominado por la cuerda. En cuanto a la presencia de Tina Turner, todavía hoy no sé si me convence. Eso sí, “We Don’t Need Another Hero” supone una excelente canción para cerrar esta trilogía..."
En los límites de la realidad:
"Si la opción elegida para analizar el notable segmento de Miller es el de compararlo con el de la serie original, muchos pueden aprovechar la ocasión para corroborar la perspectiva del cine de Hollywood de los 80 como un canto al exceso: ciertamente, el capítulo de Richard Donner hacía gala de las mejores características de The Twlight Zone, tales como la manera de (des)dibujar esa “zona” entre lo real y lo fantástico, que motivaba la duda en el espectador sobre lo que acontecía mediante dispositivos basados en la importancia de los personajes, la dirección de actores, la concreción narrativa y el manejo del punto de vista; mientras, en comparación, el fragmento de Miller se serviría de un “exceso” en la interpretación del protagonista, en los efectos especiales y en el decorado. Desde luego, no supone ningún “abuso” alejarse de la imagen del traje de “oso panda” (en palabras del propio Matheson) que portaba el monstruo del capítulo original, por otro lado un pormenor poco problemático para disfrutar de aquel..."
Las brujas de Eastwick:
"En principio, Las brujas de Eastwick era una pequeña comedia negra sobre la lucha de sexos, sin tantos efectos especiales. John Peters intentó, continuamente, influir en el proceso creativo: contrató a Ron Bass para una reescritura del guión, que Miller rechazó de pleno, y presionó para que se introdujesen más efectos (según Miller, sobre todo a raíz del triunfante estreno de Aliens, mientras rodaban). Los productores incluso quisieron sustituir a Miller, ante lo que Nicholson advirtió que si el director se iba, él también lo haría..."
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